Mi amiga lo había planeado todo: un aparcamiento gratuito en el centro de la ciudad y luego una ruta turística. Muchísimo cachondeo ya que el aparcamiento central era en un prado entre dos colinas, parecía estar en el medio de la nada! Seguro que estamos en el centro? No se veían ni casas!!! (de hecho era el aparcamiento gratuito más cercano).
El Hollyrood Park es una de las colinas en la mismísima ciudad de Edimburgo que te hace dudar de estar realmente en el centro de una capital europea. En Queen’s Dr y Duke’s Walk se puede dejar el coche sin problemas y está muy cerca del casco antiguo, aunque no parezca. Con un poco más de tiempo, habría sido bonito dar una vuelta por esta pequeña montaña salvaje en el centro de la ciudad
La verdad es que centro centro no era, pero estábamos mucho mejor ubicados de lo que me figuraba: después de un paseo de 10 minutos por una colina, muy agradable, llegamos al primer edificio que era un palacio que parecía un colegio público o una oficina de administración. Pues no, era nada menos que el Parlamento. Con el clima de cachondeo relativo al aparcamiento «en el centro de la ciudad», pensaba que mi amiga se estuviese vengando y me estuviese tomando el pelo ya que el edificio en cuestión era moderno, sobrio y con paredes lisas de cemento. Vamos, un colegio público. Pero era cierto, la placa de bronzo no me podía mentir. Por suerte justo en frente, surgía un palacio mucho más bonito – y de pago – de piedra y torres, jardines y pináculos góticos: HolyRoodHouse, The Queen’s Gallery.
Nos asomamos por todas partes pero sin entrar, y luego seguimos la ruta, ya que justo ahí empezaba la milla real, the royal mile, una calle supuestamente larga un millo que desde ahí era toooooda cuesta arriba, hasta llegar al castillo. La primera parte de la cuesta es la que tiene más pendencia, pero luego no es muy dura – o igual me acostumbré rápido.
Un hombre mayor en el royal mile esperaba así algo o alguien fuera de la tienda. No decía nada, de hecho ni se movía, pero parecía gritar algo.
Pasamos por una iglesia, la Canongate Kirk, con un pequeño cementerio desde donde se podía admirar otra colina verde (colinas verdes por todas partes? estábamos en el centro una «capital europea»?) y seguimos. Era agosto, el mes del festival de Edimburgo. Hay miles de artistas callejeros de todo tipo, casi todos concentrados en el último tramo del royal mile.
No me pude resistir y con una pequeña intervención con photoshop, dediqué el Royal Mile a la bella Catherine Elizabeth Middleton.
La verdad es que empezar la visita de la ciudad por la calle de los artistas es una pasada: hay gente de todo tipo y suelen tener disfraces pintorescos y maquillajes muy atrevidos para llamar la atención y, la mayoría de las veces, también para balancear el nivel del espectáculo no siempre elevado. Pero está muy bien así, porque se ve que lo hacían para pasarlo bien y no para exhibirse y para pasar por auténticos crack. Había un escenario donde unos 8-10 chavales cantaban gospel, pero todos cantaban la misma melodía con la misma tonalidad. Eso es para dar la idea. Otros vestidos de robots haciendo ruidos raros con la boca, chicas con disfraz de abajas anunciaban un espectáculo por la tarde mientras que unos chinos hacían una especie de danza con máscaras de monstruos.
Artistas callejeros del Festival de Edimburgo. No siempre los espectáculo tenían un buen nivel, pero el espíritu del Festival y las ganas de pasarlo bien sin más era presente en cada uno de los artistas!
La gente iba a pasarlo muy bien y nada más. Y si no había artista presumiendo de su talento, no había guaperas o chica guapa presumiendo de su belleza a través de un disfraz llamativo. Una diferencia entre italianos y españoles con los escoceses. Más tarde nos enteramos que había también espectáculos de pago, así que seguramente el nivel habrá sido más alto, pero en mi opinión lo bonito de todo era justo la sensación de que cualquiera hubiese podido montarse un pequeño espectáculo.
De hecho un tío vestido de un plástico azul y un gorro espacial, se puso a hacerme ruidos. Me paré y empecé a colaborar, sacando un ritmo utilizando mis mofletes por timbales, acabando por sacar los sonidos más extraños con la boca (soy padre desde hace año y medio casi y domino totalmente el arte de los «sonidos raros»). Fue muy divertido y el hombre algo sabía de música y de improvisación ya que sacamos un buen final a la vez! Había groove! Cuando acabamos, me despedí y vi que era un hombre fuerte y alto. Tenía la cara pintada de blanco pero me hice una pregunta: ¿si lo hubiese cruzado sin pintar y sin su disfraz, y por supuesto sin el contexto del festival, habría sido posible comunicar, como hicimos, con sonidos y ritmos? Habríamos sido capaces de cruzarnos, mirarnos y, sin decir nada, empezar a tocarnos la cara mutuamente? No, por supuesto. Pues, eso.
Sin ser parte del espectáculo, un escocés de verdad está sentado llamando al móvil. Tiene una atmósfera melancólica y teatral, demasiado para no sacarle una foto.
Llegamos a la entrada del castillo donde un hormiguero te turistas se movía rápido para asomarse dentro y volver a tomar la cola (unos 45 minutos).
Yo soy un burro, lo admito. Sé perfectamente que el Castillo de Edimburgo hay que verlo «porque si», pero a mí un sitio en que hay un océano de turistas me echa para atrás. Hacer colas para visitar cada pasillo recóndito del castillo me parece absurdo. Si lo más interesante (para mi) es imaginarme el lugar en plena edad media, me resulta casi imposible hacerlo con grupos de turistas riñendo a sus hijos indisciplinados o gritando «oye, que esto no lo hemos visto»! 16 libras cada uno, es decir 48 libras (70 euros más o menos) entre tres (habríamos tenido que invitar a la anfitriona que nunca habría entrado aquel día si no fuera por nosotros) me dio la excusa para pronunciar sin mucha timidez mi opinión. Por suerte, tanto mi novia Sonia como mi amiga Annalisa, estaban más que de acuerdo conmigo.
Justo antes de la entrada del Castillo de Edimburgo, los gaiteros escoceses 110% gastan sus pulmones para que los turistas se saquen fotos con ellos. En este caso, un fuertote entretiene a mi hija mientras que Sonia intenta convencerla de que si que hay gayumbos por debajo del kilt.
Pasamos del castillo, prometiéndonos de entrar por lo menos en él de Stirling, probablemente la misma pasta, pero con mejor fama. Bajamos y pasamos por la Scottish National Gallery y la Royal Scottish Accademy, para luego meternos en un bulevar de la acera ancha y repleto de gente. El sitio en que yacen la National Gallery y la Scottish Accademy parece el antiguo cauce de un río, ya que están ubicados justo en un pequeño valle entre dos colinas. Más para adelante también la sensación se confirma, ya que hay puentes que sobrepasan jardines, un poco como los jardines del Turia en Valencia. La diferencia es que en Edimburgo pasa la vía de los trenes y hay hasta una estación ahí! La duda se queda: antiguamente pasaba un río por ahí? Lo busqué en google después de haber regresado y parece que no..
Vista de la ciudad y de lo que me parecía un antiguo cauce.
Ya era la hora de comer y empezamos a buscar algo que no fuese demasiado caro ni demasiado malo. Al final, guiados por mi amiga, acabamos en un pret-a-manger, una cadena de bocadillos y comida rápida con pinta de tienda cara y a la moda. Todos los bocatas eran del día (vamos, que en un Mc Donald los bocatas no sólo son del día sino que te los hacen en el momento, y el mac no es precisamente sinónimo de calidad). (Véase Comer en Escocia – aún por publicar).
Un callejón al lado del sitio donde comimos. Parece un suburbio urbano pero la verdad es que Edimburgo es una ciudad muy tranquila y este barrio era céntrico y muy seguro.
Paseamos un poco por el bulevar, el Princes Street, algo totalmente prescindible ya que si quiero ver tiendas (y yo nunca quiero ver tiendas) no hace falta subirse a un avión. Lo que más me impactaron fueron las chicas: no digo que sean ni guapas ni feas (aunque más bien pertenecen a la segunda categoría) pero la forma de vestir de la mayoría de las muchachas escocesas es de choni nivel profesional. Tan horteras que resultan hasta pintorescas. Gorditas con leggins extremadamente estrechos y transparentes (la anatomía vaginal ya no tiene secretos para mí) o niñas de 12 años con camisetas tan cortas que enseñaban la barriga hasta el esternón. Sin hablar de las punkis, las góticas, y otras categoría de personas cuya personalidad se identifica con una forma precisa de vestir y de presentarse.
Uno de los personajes de Edimburgo.
Llegamos hasta una colina, el Calton Hill, desde donde se podía apreciar un bonito panorama de Edimburgo y el mar. Se trataba de un parque y me asusté un poco al principio porque la cuesta empiezaba con unos escalones. No es lo mejor subirse a una colina con escalones si tienes un bebé en el cochecito. Pero se trataba de una falsa alarma, no encontramos más escalones, solamente cuestas. El camino rodeaba la colina en su lado norte, así que desde ahí se podía admirar la parte nueva de la ciudad, (que nueva no era) y el mar. Arriba había un buen parque donde la gente estaba sacando fotos a un monumento con columnas neoclásicas, el monumento a Nelson . Un montón de gente, la verdad, con los típicos italianos saltando todos la vez para sacar la foto más diver del viaje. Había también una cafetería y un museo un poco raro, gratuito (faltaría más) donde habían puesto en una habitación un montón de instrumentos musicales y poster de un grupo totalmente desconocido de los 70. Una pantalla pasaba imágenes de un concierto de punk-rock y un hombre (de verdad) estaba ahí con la mirada fija en la pantalla. Lo más curioso es que se parecía un montón al roquero del concierto. Me paré varios minutos para observarlo y más lo miraba, más aumentaba la semejanza. Además nadie más habría fijado durante mucho tiempo una pantalla de un concierto de los 70 sin audio. Pero bueno, tampoco era muy importante.
Desde la Calton Hill se puede admirar la ciudad nueva y el mar. Un tllevó su mesa y se puso a hacer sus deberes. Sin duda un escenario que inspira más que él que puedo ver desde mi cuarto.
Otra vista del Calton Hill
La pequeña cuesta merece la pena y es suficiente subir un poco para poder admirar un buen panorama desde el lado norte de la colina.
El monumento a Nelson domina la colia y los prados a su alrededor son un sitio perfecto para descansar un poco, hasta para tumbarse y echarse una pequeña siesta.
Salimos y empezamos a volver hacia el coche, que estaba en la otra punta de la ciudad! Cruzamos otra vez el cauce postizo con un puente, nos paramos en un par de tiendas de suvenir y llegamos al coche tardando menos de lo que había estimado.
Otra imagen del Hollyrood Park. Es como si se hubiesen traído los highlands al centro de Edimburgo! Ideal para aparcar el coche!
Habíamos sacado un mes antes, un groupon de un restaurante pub que tenía fama. La oferta era muy buena (un 70% menos) y comimos bien y hasta reventar (además el groupon era para 4 personas y sólo éramos tres ya que el novio de mi amiga se había tenido que ir a Francia unos días). MÁS COMIDA!
Acabamos muy cansados y contentos de poder dormir en una buena cama.